sábado, 9 de octubre de 2010

Taxi, por favor!!!


A esa hora todos los bares ya estaban cerrando, después de tomar un último trago Christian se dirigió a la parada de taxis del centro, dejó a sus amigos decidiendo si iban a desayunar a la croisantería o a comer un bocadillo, él decidió que su estómago ya no le permitía ninguna entrada más de ningún sólido ni líquido. En la parada de taxis había varias personas, cuando llegó su turno ya era el último taxi que había en la parada, así que no dudó en compartirlo con Laura la conocía de toda la vida, vivía dos calles más arriba que él.
Laura era una mujer muy discreta con una media melena oscura como sus ojos y boca bien dibujada, siempre vestía de un modo muy femenino sin ser provocativa. Christian se percató de que la mujer lo miraba atentamente cuando pensaba que él no se daba cuenta, mantuvieron una conversación un tanto banal sobre la lluvia que no había dejado de caer en toda la noche y el buen ambiente que había en los locales que habían frecuentado. Quedaban pocos minutos de trayecto cuando el coche de delante dió un frenazo muy brusco, el taxi empezó a bambolearse de un lado a otro en la frenada y Laura acabó con la cabeza entre las piernas de Christian y hecha un manojo de nervios sólo de pensar en lo que podía haber ocurrido si el conductor no hubiera esquivado el coche.
Ante la situación tan comprometida la chica reaccionó del modo más inesperado, se incorporó como pudo y se subió a horcajadas abriendo las piernas sobre Christian, que perplejo no supo más que responder instintivamente mordiéndole los labios y acariciándole el culo, mientras le pedía al taxista que no parara. Las manos de Laura desabrocharon la camisa y aflojaron la corbata bajando habilidosamente hacía el cinturón y la bragueta de Christian que se las arregló perfectamente para subirle el vestido y sacarle las bragas a la impaciente mujer que enseguida dirigió su cara donde la escena había comenzado demostrándole al hombre un montón de cosas que sabía hacer con la lengua.
Mientras Christian no podía hacer otra cosa que gemir de placer y ver la cara que ponía el taxista a través del retrovisor tratando de ver la escena del asiento trasero. Laura empezó a subir de nuevo recorriendo el abdomen del hombre dibujando una circunferencia húmeda con su lengua, se detuvo en su cuello mientras él le bajaba los tirantes del vestido y ella quedaba con los pechos al descubierto al mismo tiempo que se sentaba sobre su sexo balanceándose sobre él hasta que consiguió introducirlo en el suyo. Después de un minuto agotador y varios baches que aceleraron el orgasmo deseado, ambos lanzaron gritos de placer ante las sorprendentes miradas del conductor. Mientras que ambos después de una mirada cómplice de satisfacción se colocaban la ropa y sin mediar palabra durante el resto del trayecto esperaron hasta que el taxi llegó a la calle de Laura, donde ella bajó después de darle un tímido beso a Christian de despedida en la boca.

lunes, 4 de octubre de 2010

PEPERMINT.

Llevaba quince minutos esperando en aquella cafetería del centro. Quién me mandaría a mí meterme en estos líos, lo que hay hacer a veces por tener una cita, parece lo más fácil del mundo, pues no. Al menos no para una mujer que se pasa el día metida en una oficina haciendo registros de entradas y salidas del almacén. ¿Con quién voy a ligar? ¿Con el chico del almacén? Ya lo hice, y la verdad es que lo tenía que haber pensado antes de abrir las piernas entre los palés cargados de impresoras de inyección. Incomodísimo, el chico no muy alto debió de terminar con agujetas en los dedos de los pies y yo con una astillita clavada en el culo que le tuve que pedir a mi hermana que me la quitase. La muy cabrona con las risas no era capaz de atinar con las pinzas de depilar y acabé con el culo lleno de pellizquitos irritantes de los cuales aún tengo alguna postillita.
Ya empezaba a pensar que el chico no vendría y menos si me había visto allí sentada con mi pepermint. Claro, ¿a quien le va a gustar una loca que bebe pepermint? Le dije que estaría tomando eso porque así me identificaría fácilmente. Le podría haber dicho que soy una mujer de mediana estatura, media melena y en fín mediocre...y claro entonces no habría venido.

Pero él vino, de repente entró un hombre muy alto y se sentó en la barra, pidió un refresco con dos pajitas. ¡Atención! Dos pajitas, la contraseña, era él y yo pensé:-¿qué voy a hacer con mi mediana estatura con semejante tiazo? Desde luego que en horizontal no se iba a notar pero imagínate si me lo hacía de pie, yo nunca he visto la vida desde semejante perspectiva ni con mis tacones más altos.
Me miró, y yo con mi vaso de pepermint en la mano le hice una señal de lo más ridícula, yo es que en este tipo de situaciones me crezco con nota alta. Así que el tipo con un gesto mucho más elegante que el mío se acercó a la mesa y se presentó, se llamaba Fran, que ya sería Francisco, pero claro carente de glamour y a aquel tío el “cisco” no le pegaba nada. Fran era mucho más viril, además ¿qué le iba a decir?:-¡Métemela Francisco! Por favor, que como el tío fuera rapidillo no me daba tiempo a terminar el nombre.
Tomamos un par de tragos más. Yo por no liar la bebida volví a beber lo mismo, y después nos fuímos a cenar, después una copa más y me acompañó a casa. El estaba de lo más cachondo, cuando entramos en el ascensor me metió la lengua hasta la laringe y me clavó la polla en el estómago, claro por la diferencia de altura. No me dió tiempo ni a ofrecerle algo de beber, aquello iba rápido, la ropa empezó a volar nada más entrar en casa. Ya estábamos en el salón frente al sofá y en ropa interior cuando me soltó el sujetador con la habilidad de un corsetero, me agaché y le froté las tetas sobre el slip, se los bajé sin darle tiempo a pensar nada y me dijo: -Espera, tengo algo para tí.
Sacó un condón y se lo enfundó, yo totalmente entregada, dirigí mi boca hacia el lugar en cuestión y de repente fue como volver a empezar. Sólo pensé:-¿quién sería el imbécil al que se le ocurrió inventar condones con sabor a pepermint?