La atrapó entre sus brazos, Rebeca volvió a quedar de nuevo obnuvilada, sintió el contacto de su cuerpo, su agitación y el latir de su corazón, en aquél instante se vió perdida, sus manos se enredaron en la nuca de él y probó el sabor de su boca. Abandonaron la consciencia y llegaron donde ambos sabían que tarde o temprano se encontrarían. Se desnudaron hábilmente y recorrieron sus cuerpos con avidez ; el cuerpo de Raúl invitaba a tocarlo, tenso y musculoso, el cuerpo de Rebeca, perfecto, con nalgas apretadas y pechos firmes, como siempre la realidad supera la ficción, y Rebeca sintió como su sueño era una pequeñez comparado con aquel momento.
Aquella mañana cuando Rebeca despertó un vacío recorrió su cuerpo, Raúl había vuelto a repetir su escapada, de nuevo sola, pero esta vez ya no era igual,”- no me voy a dejar amedrentar por tí, no puedes hacer que me vuelva a sumir en la desesperación y en la locura, tú te vas, yo también, ahora serás tú el que tenga que venir a buscarme si quieres, ya sabes muy bien porque he venido.”
Con esta sensación de fuerza y entereza Rebeca recogió sus cosas, se agarró al volante de su coche como si fuera el brazo de su mejor amigo y juró no parar hasta llegar a casa.
Rebeca se tomó unos días antes de volver a la oficina, trató de no acordarse de él para nada, tarea más que imposible, seguía viendo su cara y sintiendo su cuerpo a su lado, su peso sobre ella ó su volumen bajo su cuerpo, cada vez que él afloraba en sus pensamientos se desataban un sin fín de reacciones químicas en sus incontables hormonas femeninas, un ir y venir en su interior.