domingo, 10 de abril de 2011

Así somos los Hombres. (Relato completo).


Nota: Anteriormente edité un fragmento de este relato, como ya dije anteriormente es uno de mis favoritos por su tono irónico, y por supuesto ya sé que los tíos no son así. Al menos unos cuantos.

Al fin y al cabo sólo soy un hombre, perfecto como pocos pero sólo un hombre. Una vez fui un niño, con una infancia “feliz” y todo eso, cada vez que pienso en la expresión máxima de aquella felicidad se me representaba en aquellos enormes bocadillos de crema de cacao y mi bicicleta de monte con amortiguadores cromados, ¡qué fácil era ser un niño y que difícil me parecía a mí en aquella época! Recuerdo la época de exámenes y aquellos retorcijones de barriga, los mismos que siento ahora cuando trato de pedir un aumento de sueldo, cuando está a punto de estallar un conflicto bélico en algún país o cuando Marta me presentó los papeles de divorcio mediante un abogado. Bueno he de reconocer que esta vez los retorcijones no fueron tan fuertes, incluso tuvieron una cariz laxante. Lo peor de todo es que ella ha sido la única mujer que realmente me ha comprendido, ha sabido cuando he llegado demasiado cansado, entonces se ha ahorrado cualquier tipo de charla que ofrecerme porque sabía que no la quería escuchar, que lo único que me apetecía eran mis zapatillas, un trago y una sesión de t.v. antes de cenar. Siempre se supo comportar ante mis amigos, no inmiscuyéndose en conversaciones propiamente masculinas, se puede decir que es una mujer con un componente intelectual aceptable, por eso me dejó en definitiva. La muy… descubrió que le ponía los cuernos, y eso que tomaba precauciones extremas, incluso me compré un spray que anulaba todo tipo de olores en la ropa y el pelo, era como si salieras de la ducha. Decidir lo del divorcio fue algo totalmente unilateral, por parte de ella claro, yo estaba dispuesto a permanecer a su lado. Al fin y al cabo mi mujer es tan atractiva o más que cualquier otra con la que pueda tener una aventura. No fue por supuesto la primera vez que engañaba a Marta, pero si fue desgraciadamente la última. Cada vez que la engañé no fue porque dejara de quererla, al contrario, la quería tanto que me astiaba de estar a su lado.
Las cosas empiezan y se acaban sin más, entre nosotros hubo un porqué, pero ¿Cómo sucedió?. Yo la verdad, aún me lo pregunto, ya se sabe que una lleva a otra y lo que un día es una aventura insignificante se convierte en dos y luego en una larga lista de nombres para los cuáles te tienes que comprar una agenda, por supuesto no fui tan tonto como para hacerlo, hubiera sido una presa fácil. Marta nunca se fijó excesivamente en mí, eso sí, siempre me mantuvo bien limpio y planchado, pero… quizá fue esa falta de celo, esa seguridad que tenía en mí la que me llevó a sentir la necesidad de ser deseado por una mujer que no fuera ella, tenía que corroborar mi autoestima. Para mí el casarme con Marta fue realmente un triunfo, era la única mujer de la oficina y nos la disputábamos toda la plantilla, pero claro, ella sucumbió ante mis encantos, no es que me considere un tipo guapo, eso sí bastante resultón y muy atractivo, mi madre se ha encargado de que esté seguro de ello. Sabía perfectamente que era lo que le gustaba de mí, mis labios, más carnosos que los del tío del anuncio de un conocido “vermouth” y mi maravilloso “paquete”, algo totalmente impresionante, creo que fue esto último en lo que se basó para empezar a salir conmigo, la cama es mi medio por naturaleza y francamente creo que se me da bastante bien, ella misma me lo corroboraba en nuestros encuentros sexuales, siempre me gritaba ¡más, más! Recuerdo nuestra 1ª cita como mi mejor cita con una mujer, realmente romántica, nunca he vuelto a tener otra igual, ahora todas mis citas se basan en el sexo, todas tienen ese objetivo: acostarme con Rita, con Katy, con Mayra, en fin… En mi 1ª cita con Marta mi objetivo era enamorarla, que estuviera a gusto conmigo, que sintiera la necesidad de estar a mi lado, para ello la llevé a almorzar al Retiro, llevábamos un mantel de cuadros y uno de esos cestos de mimbre que salen en las películas repleto de platos y vasos, todo muy idílico, sensacional. Remé un rato para ella, por cierto creo que ahí fue dónde empezó mi lumbago ya luego retozamos en la hierba, vamos lo de “Heidi y Pedro”, toda una historieta de dibujos animados.
Pues así empezaron las cosas, la segunda cita fue una repetición de la primera, y a partir de la 3ª empecé a descubrir a la verdadera Marta, le encantaba pasear por los centros comerciales, llegábamos cuando era de día, hacíamos un recorrido a velocidad de vértigo por todas las tiendas, me cargaba con paquetes, cenábamos, íbamos al cine y salíamos a altas horas del parking subterráneo del Centro comercial, para entonces yo ya me había olvidado de que había existido la luz del día. Pero ya no me importaba porque llegaba mi momento, siempre la llevaba a mi apartamento, pasábamos gran parte de la haciendo el amor, después de que ella hiciera un desfile de modas en toda regla con todo lo que se había comprado y después todo el domingo durmiendo y comiendo pizza. Quitando la debilidad de Marta por las compras lo demás era toda perfección, me fascinaban sus cambios de imagen, estaba tan impresionante con una simple camiseta y vaqueros como con un vestido de noche. Nuestro noviazgo duró cuatro años con el mismo ritmo, con la misma monotonía, a ella no le gusta el monte, ni la playa, le encanta pasear por la ciudad de día o de noche, tomar café, estar en casa, alternar con sus amigos, los míos o los compañeros de trabajo. Creo que los pulmones de Marta jamás han respirado aire puro, ni tan siquiera en el viaje de novios, en el cual nos dedicamos a hacer un recorrido por un montón de ciudades europeas, uno de esos viajes agotadores, en los que al final dudas de en que país te encuentras porque transcurren a velocidad de vértigo. Yo quería ir a un país exótico, haber hecho una excursión en 4 x 4, haber respirado el polvo de algún desierto, o haber practicado algún deporte de riesgo y haberme tumbado en alguna paradisíaca playa, pero no. Tuvimos que hacer el viaje que a ella se le encaprichó, el que ella quiso, y eso que nuestra vida y las cosas que hacíamos ya eran oficialmente de los dos con acta matrimonial incluida. Aún no sé cómo llegamos a casarnos, somos totalmente distintos, me enamoré de ella como de tantas, sólo que ella tuvo la suerte de tenerme durante más tiempo que las demás.