miércoles, 27 de octubre de 2010

FETICHE.

Aitana era una mujer muy sofisticada que conocí una vez. A mí me gustaba mucho, adoraba su sencillez, su juventud y sus enormes tetas. También veneraba su culo, me encendía nada más verla, cuando la notaba cerca de mí el calor que desprendía su cuerpo me atrapaba como si se crease un campo magnético entre los dos. Es que la tía no se daba cuenta que provocaba una reacción química en mi interior imposible de parar. Trabajaba en la planta superior de mi empresa, la muy cabrona sabía como me ponía, le encantaba hacerme sufrir, aparecía por mi sección con algún botón de la camisa desabrochado como por despiste o se agachaba a buscar cualquier papel en algún archivo cercano a mí.

Sus tangas eran de locura, a veces veía un lacito, un trocito de blonda, siempre transparentes y de distintos colores. Me gustaba uno rosita con corazoncitos de terciopelo rojo, yo pensaba y deseaba ser el elástico que acariciaba sus caderas. Y sus malditos tacones, siempre altísimos, repicando alegremente sobre las baldosas de la oficina, era como escuchar gritos de placer. Me la imaginaba a cuatro patas sobre mi mesa con alquel tanga y los tacones, no me quedaba más remedio que ausentarme un ratito de mi puesto, no me podía resistir. Después masticaba un chicle de nicotina a escondidas para que nadie se diese cuenta, no sabía tan bueno como un cigarrillo. También estar con Aitana sería mucho mejor que imaginármela o quizá también puede que se rompiese la magia. ¡Pero qué coño la magia para David Coperfield!¡Quién pillase a Aitana!

FIN.