martes, 18 de enero de 2011


A Darío le gustaba rodearse de gente así, por eso acudía al club de lectura todos los miércoles por la noche. Todos sus compañeros parecían gente interesante, inventaba historias sobre ellos, enredar y desenredar sus vidas, jugar a ser Dios con aquel puñadito de personas. A veces acertaba, como por ejemplo cuando imaginó que Estela, aquella chica de apariencia cándida y mirada serena tenía un secreto muy bien guardado que distaba mucho de ir con la imagen que daba. Un día la descubrió en una esquina de la biblioteca manteniendo una conversación altamente subida de tono por su móvil, ¿trabajaría en el teléfono erótico?. El caso es que desde ese día no podía quitársela de la cabeza, con sus gafas reposando sobre aquella naricilla perfecta situada sobre sus labios tan bien perfilados. Su boca prometía saber hacer muy bien las cosas. Si pudiera obligarla un poquito nada más, cogería su cara entre sus manos y la dirigiría hasta su sexo, la tendría allí aplastada contra él, le revolvería el pelo y después le proporcionaría todo el placer que ella quisiera, sería su esclavo por sentir como su sexo húmedo se contrae alrededor de su lengua. No podía entender como aquella chica aficionada a la lectura de aburridos ensayos podía haber hablado así por teléfono. Era su complejidad lo que le provocaba aquella excitación.