Al fín y al cabo sólo soy una mujer, intentando ser perfecta porque la sociedad no te permite otra opción, si eres imperfecta te desehecha. Así que incluso llegué a creer que mi autoestima era inversamente proporcional a la altura de mis tacones. Con el tiempo me curé pero para entonces ya había decidido no bajarme de allí ( de los tacones quiero decir). La culpa de todo la tiene la puñetera Barbie. Claro tú vas creciendo, no mucho, y te das cuenta de que la muñequita de las narices te ha frustrado de por vida, así que nos tiramos el tiempo que nos queda intentado tener una melena rubia y frondosa, un piernas largas, lo cual a partir de los doce años ya no tiene remedio por muchas sesiones de estiramientos a las que te sometas y unas tetas duras.Estás tan concentrada en estos objetivos que olvidaste que las tetas de la Barbie eran de plástico. Barbie tenía un Ken perfecto. Yo una vez tuve uno, con unos morritos y un paquete para comérselos, si digo bien, las dos cosas eran para comérselas. Un engreído, aunque la culpa fue mía. Lo adulé tanto y le dije tantas veces lo perfecto que era que él subió tan alto que después ni con mis tacones más grandes fuí capaz de alcanzarlo. Yo intentaba comprenderlo y complacerlo, que me costaba lo mío, cuando llegaba a casa cansado le ofrecía las zapatillas y un trago mientras preparaba la cena. Y todo, todo me lo pagaba de la misma manera, con sexo y más sexo. Para entonces yo ya había descubierto otra regla de aritmética, soy de ciencias y no hay nada como aplicarla al mundo de las relaciones, la ciencia y no la lógica que en ese mundo sencillamente no existe. Esta otra regla es la siguiente: el volumen de los gemidos de una mujer durante el acto sexual son directamente proporcionales al tamaño del pene que la está penetrando. Así terminó nuestra relación, el sordo y yo afónica completamente empachados el uno del otro. Cuando le presenté a Jon los papeles del divorcio no fué capaz de articular palabra. Todo parecía ir bien pero sin hacer un análisis profundo de la situación se entreveía que nuestra relación hacía más aguas que la barquita que alquilamos en el Retiro en nuestra primera cita. Ya desde el principio deberíamos de habernos dado cuenta de que quitando el ratito de sexo en la hierba lo demás fue un desastre, el vino estaba caliente, los sandwiches destrozados y el mantel era una horterada, ¿por qué coño no fuímos a un restaurante como Dios manda?
En la primera cita siempre nos engañan, aparecen caballerosos y en el momento clave están como motos, a partir de la tercera deberían llevar una etiqueta en los calzoncillos que dijera: "Por favor, agítese bien antes de usar y mantenga el contenido siempre hacía arriba". Y tú que te sacaste el antiguo B-1 casi al mismo tiempo que aprendiste a masturbar a un tío acabas cargándote la caja de cambios por que ¿para qué queremos seis marchas si luego sólo podemos ir a 110 km/h y por la autopista? En fín éramos completamente distintos, me enamoré de él como podría haberlo hecho de cualquier otro, sólo que él estaba en el lugar apropiado en el momento adecuado.
Nota: Gracias Spiderman por la idea y espero que por lo menos te divierta.