jueves, 11 de noviembre de 2010

DESCARADO.

Después de una noche de fiesta la claridad del amanecer me empezó a molestar así que después de un par de cafés de máquina, de esos que te taladran el estómago y comprobar que mis reflejos funcionaban perfectamente, me subí al coche. Al salir de la autopista y tomar la entrada al casco urbano ví una mujer rubia vestida de un modo formal pero con un modo de caminar que me atrajo. Decidí usar un recurso que a veces me había dado resultado. Paré el coche a la altura de la mujer, bajé la ventanilla y le pregunté por una calle conocida, ella en cuanto me vió reaccionó positivamente, me sonrió y arqueó las cejas, le gusté. Hay que reconocer que para un tío como yo es fácil atraer a las mujeres. Me hice el desorientado y le pedí que subiera al coche si llevaba la misma dirección, vaciló un instante, le sonreí y entorné los ojos. Subió al coche, aunque creo que se arrepintió en cuanto sus pies se tuvieron que abrir hueco entre los botellines de cerveza que acampaban por el suelo a sus anchas. En alquel instante pensé que aquella mujer cálida y sensual a pesar de su forma de vestir se merecía toda mi atención. De repente se me acentuaron las ganas de acercarme a ella, sentir sus manos y su boca, era una desconocida. Me dí cuenta que los cafés no habían hecho bien su trabajo y mi cerebro aún no estaba muy lúcido. Para "ligármela" no se me ocurrió otra cosa que exhibir mis abdominales. ¿Qué cómo lo hice? De la forma más impúdica y descarada. La tía no se podría resistir a un cuerpo como el mío, así que ni corto ni perezoso le pedí que me abotonara la bragueta. Le conté lo de siempre que había tenido una pelea y había recibido un golpe fuertísimo en el estómago y que lo traía desabrochado porque me molestaba. Ella no sabía que era una mentirijilla piadosa que usaba para ligar, colocaba el pantalón estratégicamente, lo bajaba de alante todo lo que podía dejando a la vista el vello púbico, así cuando subía la camiseta ofrecía unas vistas espectaculares. Aún no sé como se resisten y se precipitan para descubrir el resto que como os podéis imaginar es la parte más preciada de mi cuerpo, para mí claro.
Pues la chica con una habilidad maravillosa empezó a atarme los botones uno a uno sin rozarme un solo milímetro de piel, mi respiración se hizo más rápida y por un momento pensé que sucumbiría a mis encantos, pero como si de una enfermera profesional se tratase acabó de abrochar el último botón. Insistí metiéndome la mano para colocármela pero viendo la cara que puso me excusé diciendo. -Perdona, sólo me la estoy colocando, es que la tengo enorme y me molesta, es como vosotras cuando os colocáis el tanga-.
La acabé de fastidiar del todo, me miró con cara incrédula y me dijo:- Si no te importa me voy a bajar del coche y si te importa también me bajaré del coche-.
Enseguida me dí cuenta que el contenido de los botellines de cerveza que estaban en el suelo habían hecho estragos esa noche en mí y que debía de haberme quedado en el párking de aquella playa durmiendo la mona después de aquella fiessta. La chica se bajó del coche, la seguí con la mirada, se alejó, era preciosa, lástima no haber tenido una noche más tranquila.

FIN.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Mi amiga Esther.

Cuando Esther me contó lo que le había pasado, pensé que estaba desvariando, pero ése no era su estilo. Ella es una mujer sencilla, ni tan siquiera se maquilla, siempre va en vaqueros y con la cabeza encima de los hombros. No como yo, que la suelo llevar en el bolso, encima de la cazadora o entre las piernas de alguien que se precie, por supuesto. En cuanto entró por la puerta de mi apartamento con el pelo revuelto y soltó el bolso con un gesto airado sobre el sofá supe que me iba a contar algo importante. Abrió la puerta del armarito de la cocina, cogió un vaso y lo llenó de agua bajo el grifo, se lo bebió de un trago.
-Pero bueno, ¿qué te pasa?- le pregunté.
-Querrás decir, que es lo que no me pasa. He perdido un lacito de las bragas-.
-¡Bueno! Gravísimo, tendrás que tirarlas. Déjate de rollos-.
-Bien, me acabo de tirar a mi profesor de taekwondo- dijo arqueando las cejas.
-Ok, ahora entiendo lo del lazo de las bragas-.
-¡Coño! ¡Vete a la mierda! Que está casado y el lazo de mis bragas se ha quedado en el sofá de su despacho al menos que se lo haya tragado-.
-¿Cabría la posibilidad?-.
Ni tan siquiera me contestó, agarró el bolso y salió disparada escaleras abajo, me asomé al descansillo y la llamé, quería disculparme, no me lo tomé en serio pero era tan divertido verla así, con ese ataque de ansiedad, la llamé al móvil pero no me contestó. Ella que tanto se rie de mí en los grandes almacenes cuando elijo mis braguitas atendiendo a un montón de criterios. Bueno, así aprenderá lo importante que es elegir unas bragas cuando tenga una cita y comprobar que los lacitos están bien cosidos, sobre todo si el tío está casado o delicado del estómago.