domingo, 7 de noviembre de 2010

Mi amiga Esther.

Cuando Esther me contó lo que le había pasado, pensé que estaba desvariando, pero ése no era su estilo. Ella es una mujer sencilla, ni tan siquiera se maquilla, siempre va en vaqueros y con la cabeza encima de los hombros. No como yo, que la suelo llevar en el bolso, encima de la cazadora o entre las piernas de alguien que se precie, por supuesto. En cuanto entró por la puerta de mi apartamento con el pelo revuelto y soltó el bolso con un gesto airado sobre el sofá supe que me iba a contar algo importante. Abrió la puerta del armarito de la cocina, cogió un vaso y lo llenó de agua bajo el grifo, se lo bebió de un trago.
-Pero bueno, ¿qué te pasa?- le pregunté.
-Querrás decir, que es lo que no me pasa. He perdido un lacito de las bragas-.
-¡Bueno! Gravísimo, tendrás que tirarlas. Déjate de rollos-.
-Bien, me acabo de tirar a mi profesor de taekwondo- dijo arqueando las cejas.
-Ok, ahora entiendo lo del lazo de las bragas-.
-¡Coño! ¡Vete a la mierda! Que está casado y el lazo de mis bragas se ha quedado en el sofá de su despacho al menos que se lo haya tragado-.
-¿Cabría la posibilidad?-.
Ni tan siquiera me contestó, agarró el bolso y salió disparada escaleras abajo, me asomé al descansillo y la llamé, quería disculparme, no me lo tomé en serio pero era tan divertido verla así, con ese ataque de ansiedad, la llamé al móvil pero no me contestó. Ella que tanto se rie de mí en los grandes almacenes cuando elijo mis braguitas atendiendo a un montón de criterios. Bueno, así aprenderá lo importante que es elegir unas bragas cuando tenga una cita y comprobar que los lacitos están bien cosidos, sobre todo si el tío está casado o delicado del estómago.

1 comentario:

Alberto dijo...

divertido, graciosa escena. Me gusta