Siempre que pensaba en ella recordaba como trepaba por su motencito con mis labios, la suavidad de su abdomen, la picardía de su ombligo que parecía hacerme un guiño cuando llegaba hasta allí.
Me gustaba encaramarme con mi boca a sus dos cumbres coronadas por aquellos enormes y oscuros pezones. Me encantaba enredar su pelo con mis manos y los encontronazos con sus ojos negros, todavía no se había ido cuando ya empezaba a echarla de menos...